Una vida colgada de la canasta

Con más de 1.504 anotaciones, y 323 partidos jugados, Ana Martín empieza a hacer balance de una vida entre canastas, como dice ella, una vida que «me lo ha dado todo, amigos, ratos buenos, conocía a gente maravillosa». Después de 17 años enfundándose la camiseta verde, a esta viguesa ya no le da más «el cuerpiño». A punto de cumplir 36 años no quiere ni pensar en el último día que reciba las órdenes de MAite Méndez en la pista del CGTD, donde cada sábado suda ese número ocho que ya es casi suyo. Con al voz entrecortada reconoce que «me emociono solo con pensarlo, imagínate como voy a estar ese día». Además juegan en casa. Pero para eso faltan nueve jornadas en las que el Arxil tiene mucho que pelar para acabar la liga tranquilo.

En estos diecisiete años, Ana ha tenido que compaginar trabajo y deporte. Tiene una profesión que se lo permite, es profesora en un colegio de Vigo, donde reside, y cada tarde viene a Pontevedra a entrenar. «El club siempre ha facilitado las cosas, hay algunos que obligan a entrenar también por la mañana, pero aquí es intensivo por la tarde», explica Martín, que reconoce el mal del deporte femenino y de las disciplinas que no son el fútbol. «No te puedes dedicar solo a esto, no te permite vivir», concluye.

Ella tiene el ADN casi verde, recaló aquí con 19 años gracias a María Álvarez, una antigua compañera. «Fui a hacer un curso de piragüismo a Vilagarcía y conocí a María y me animó a venir, yo en ese momento sino me llamaba ningún equipo igual lo hubiese dejado, pero me llamó Maite Méndez y ahí fui», comenta. En ese momento ella estaba en el equipo de Porriño y se había deshecho, así que si no surgía nada, los estudios serían su única prioridad. El Arxil le devolvió la ilusión.

No puede hacer más que un balance positivo de esta etapa en Pontevedra, su segunda casa. Un abombamiento discal le obliga ahora a dejar el baloncesto. Asegura que las molestia son demasiadas y le impiden estar al máximo nivel, además de provocarle fuertes dolores casi a diario, «sino seguiría toda mi vida, desde el principio dije que el día que el cuerpo no diese más, lo dejaría». Y ahora parece que toca ese final. Lleva dos años acarreando esta dolencia en la espalda.

No sabe si en un futuro volverá a vincularse algo con el baloncesto, por el momento tiene que aprender a vivir sin él. Y para eso no sabe si estará preparada. Desde muy joven tiene ocupadas las tardes y los fines de semana con este deporte. A partir de junio, serán sus alumnos del Primaria los que la vinculen al deporte. Es profesora de Educación Física, aunque sus alumnos no saben en qué equipo juega. Igual hoy la ven ya en el periódico.

Ana Martín reconoce el mérito de Maite Méndez y su equipo de crear el club y mantenerlo vivo. «Te hacen todo muy fácil, tienen un mérito increíble y un amor al baloncesto enorme, que les lleva a estar pendientes de todo a diario», explica. No solo Ana echará de menos a Maite, también la entrenadora notará su marcha. Habla de ella casi como de una hija. Llevan juntas muchos años y su ausencia marcará al equipo. Como Ana Martín están también Ana Román o en su momento María Álvarez. «He hecho grandes amigas con las que tengo recuerdos maravillosos de entrenamientos, viajes…», comenta. Aunque son muchos años de desplazamientos y ya «estamos algo cansadas, la verdad es que lo pasamos muy bien». Una cosa compensa la otra. Los estrechos presupuestos de estos equipos les obligan a hacer desplazamientos en autobús y regresar a casa de madrugada para intentar ahorrar, pero para Ana Martín, muchas veces ahí está la magia, esa magia que la eterna 8 del Arxil ya empieza a echar de menos.